SUBRAYADO:
Un mediodía de agosto, mientras bordaba con sus amigas, sintió que alguien llegaba a la puerta. No tuvo que mirar para saber quién era. <Estaba gordo y se le empezaba a caer el pelo, y ya necesitaba espejuelos para ver de cerca -me dijo-. ¡Pero era él, carajo, era él! (…) Bayardo San Román dio un paso adelante, sin ocuparse de las otras bordadoras atónitas, y puso las alforjas en la máquina de coser.
-Bueno -me dijo-, aquí estoy.
Llevaba la maleta de la ropa para quedarse y otra maleta igual con casi dos mil cartas que ella le había escrito.
Página 110, tercera línea – décimo quinta línea
COMENTARIO:
Para mí esta ha sido la parte más bonita del libro. Todo lo que hemos estado leyendo eran sucesos tristes, hasta que ha llegado este fragmento. La verdad es que me ha parecido un poco extraño que después de haberla devuelto a su familia, Bayardo San Román haya vuelto de nuevo con Ángela Vicario. Por otra parte, me ha sorprendido mucho la cantidad de cartas que le mandó (lo que escribió en ellas también) a Bayardo San Román.